El
silencio de los indecentes
Por
Horacio Pelman
Dos
frases vinculadas con el silencio han quedado en
la historia contemporánea de la Argentina, ambas
acuñadas en las últimas décadas del siglo
pasado: "El Silencio es salud",
preconizada a ultranza durante la dictadura
militar de Videla por el brigadier- intendente
porteño Osvaldo Cacciatore, y "La peor
opinión es el silencio", que en un
lejano 7 de junio de hace más de 10 años un
desconocido escribió a modo de graffiti sobre un
mural, durante unas jornadas sobre periodismo
organizadas por una entidad que por entonces era
representativa de los trabajadores de los medios
de comunicación. El
flamante S. XXI parece debutar con otra no menos
preocupante: "El silencio de los indecentes".
Más allá de que esta frase con reminisencias
cinematográficas haga carrera o no, es imposible
negar que refleja una parte de la patética
realidad que se vive por estas horas en Argentina.
Cualquier análisis comunicacional de coyuntura o no
que se precie de tal debe tener como punto de
partida no sólo lo que se dice, sino también lo
que no se dice, o sea, las voces, pero también
los silencios. Una vieja premisa del periodismo
asegura que los periodistas debemos estar llenos
de preguntas, y no de respuestas. Nuestro trabajo
es hacer buenas preguntas, pero no dar buenas
respuestas. La noticia es la respuesta, pero para
lograr buenas respuestas necesitamos realizar
buenas preguntas. Sabemos todos que un silencio ante
una pregunta suele ser la mejor respuesta, o al
menos la más contuntende de las respuestas.
¿Quienes callan
actualmente en la Argentina? ¿Por que lo hacen? Hoy, en la Argentina, la noticia
es el silencio, el silencio de los indecentes. El
silencio cómplice de algunas empresas de medios
de comunicación audiovisuales, que transformaron
los noticieros e informativos en magazines que
dedican la mitad de su espacio a pasar chivos
varios, y a la hora de informar sobre el
cacerolazo más masivo de la historia de este país
los pocos instantes que le dedican a esta
tragedia los destinan a pasar imágenes de
marquesinas de bancos rotas y decir que por ese
motivo la gente no pudo retirar su dinero en el
primer día de apertura cambiaria. El silencio cómplice
y repugnante de aquellas empresas periodísticas
que sólo informan sobre despidos de personal en
corporaciones que no forman parte de sus carteras
de anunciantes, pero nada dicen sobre los que
realizan ellos mismos, las empresas asociadas a
ellos o sus avisadores habituales, entre los que
se encuentran, por cierto, los gobiernos de turno.
El silencio prostituído de las ciertas empresas
mediáticas, que en medio de la crisis más
importante de la historia argentina pagan con
prevendas para seguir manteniendo sus carteras de
clientes-anunciantes, integradas por grupos políticos
y empresariales. Pagan con silencio la
extensión de contratos publicitarios, las
excenciones impositivas, las violaciones sistemáticas
de las leyes sobre comunicación y distribución
de información, las posibilidades de hacer lobby
libremente, los permisos para extender sus áreas
de influencia. En un país que se ha quedado sin
moneda, sin producción y sin perspectivas,
todo parece indicar que la única modalidad
disponible para vender o comprar (base del
sistema capitalista al que creo que la Argentina
sigue adscripta) es el trueque. No son pocos los
que tienen deudas, y no son menos los que quieren
cobrar lo que no le pagan sus deudores. ¿Cómo
pagar entonces? ¿Cómo cobrar, entonces? La
moneda de cambio parece ser el trueque, el canje,
la permuta. También el silencio. ¿Qué
hace un ladrón cuando es puesto ante un un juez?
Silencio, no confiesa el delito, deja en manos
del magistrado la comprobación de su
responsabilidad en el hecho, pero él no dice
nada. Nadie está obligado a declarar contra sí
mismo, dicen las leyes. Los medios de comunicación
tampoco. Tal vez haya llegado el momento de que
la sociedad se encargue de comprobar la
responsabilidad que tienen en los hechos. Durante
la noche del jueves 10 de enero, mientras miles y
miles de personas hacían sonar sus cacerolas en
todo el país, Canal 13, la principal emisora
audiovisual por aire del país, parte del Grupo
Clarín, no dejó de emitir una película que
contenía "escenas de violencia y lenguaje
adulto". Canal 11, propiedad de Telefónica,
cerró su transmición luego de Los Simpson. Crónica
TV, un muy difundido canal de noticias que
transmite por cable durante las 24 horas, no pasó
una sóla imágen de los cacerolazos. Su
competidor, Canal 26, propiedad de Alberto
Pierri, quien fue presidente de la Cámara de
Diputados de la Nación durante los 10 años de
gobierno de Carlos Menem y el primer hombre que
se reunió con Eduardo Duhalde cuando hace 10 días
su nombre comenzó a circular como reemplazante
de Alberto Rodríguez Saa, no dejó de emitir en
vivo el "Festival de Doma y Folklore"
de Jesús María, en Córdoba, en el que
paradójicamente el espectáculo consiste en ver
a un domador montado sobre un caballo (si, con B larga,
y no corta), en medio de un corral rodeado de
tribunas repletas de gente. En un
escalón más abajo, pero cerca, muy cerca del
silencio, varios comunicadores argentinos claman
a viva voz por la pesificación inmediata de los
26 millones y medio de dólares que no le
devuelven a los millones de ahorristas, como si
esta fuera la panacea, o la solución a la crisis
de este país. Son los mismos que se horrorizan
al ver el nombre de Argentina junto al de
Afganistán en las portadas de todos los medios
de comunicación del mundo. Son los mismos que no
dicen que los ahorristas no cobran su dinero
porque quien realmente tiene esos billetes verdes
es el Estado Nacional Argentino, el mismo Estado
que ya no recibe "ayuda" externa y en
el último tramo de la administración De la Rua-Cavallo
tomó créditos multimimillonarios de fondos
aportados por bancos radicados en el país. No
dicen, estos comunicadores, que "ese"
es el dinero que falta, y que la garantía que
tienen esos bancos para el cobro de ese dinero es
el infame "corralito-cárcel" dentro
del cual está presa toda la sociedad argentina.
En los últimos días, desde distintos medios se
ha dicho que horas antes de la renuncia de De la
Rua, durante la madrugada del 20 de diciembre, más
de 350 camiones blindados de caudales ingresaron
directamente a la pista de aterrizaje del
Aeropuerto Internacional de Ezeiza y cargaron
millones de dólares en aviones que partieron rápidamente
hacia el exterior. Eso no es novedad, más allá
de las evidentes anomalías del procedimiento y
de las explicaciones que deberían dar las
autoridades aduaneras y de la seguridad de una
estación aérea privatizada. Diariamente salen
de este país millones de dólares, por el
simple motivo de que este país no tiene nada
propio. Aqui el tema es otro: el silencio, lo que
no se dice...y porqué no se dice. Los
argentinos no estamos "acorralados",
no estamos en un "corralito", estamos
presos por decir la verdad, por confesar nuestra
lealtad a la esperanza, por creer en la fuerza de
nuestro trabajo, por estar convencidos de que el
hombre se dignifica cuando al llegar a su casa
pone un pan sobre la mesa y mira con amor los
ojos de su hijo, que lo respeta y admira. ...Y en
el medio nosotros, los que trabajamos en los
medios de comunicación y vemos que esta
crisis y estos silencios nos taladran la vida,
nos devoran las ilusiones, se llevan los sueños
propios, los de nuestros padres, los de nuestros
abuelos inmigrantes y los de nuestros hijos que
hoy están a la deriva, mirándola por TV y con
las esperanzas puestas en la cacerola que ahora
se llena a medias y durante las madrugadas hace
escuchar su bronca en esquinas y plazas , o
sobre la escalerilla de un avión que seguramente
algún día partirá hacia no sé donde...
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